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“El amor entre mujeres es el arma más poderosa”

  • Foto del escritor: Diana Quintero
    Diana Quintero
  • 8 mar 2022
  • 5 Min. de lectura

Hoy es un día importante, #8M el Día Internacional por los Derechos de la Mujer, UN día otorgado para exigir justicia y visibilidad en la lucha diaria de todas, un día de marcha colectiva, de protesta al unísono, de levantar la voz alto, muy alto, de tomar las calles para hacernos escuchar en los gritos de rabia, tristeza, humillación, coraje e impotencia ante la injusticia del silencio y la ignorancia.


Hoy, como todos los días que agradezco el ser mujer, pienso en mi madre, en mis tías, mis abuelas; pienso en todas mis ancestras, en sus vidas, sus historias, sus experiencias y sabidurías transmitidas de generación en generación hasta llegar a mí: la generación libre.


Hace un par de años, días después de la última marcha feminista en la que participé antes de la pandemia, me encontraba desayunando con mi madre quién sentada frente a mí me soltó un comentario de la nada, casi sorpresivo: “Te admiro mucho por ir a las marchas” me dijo, “eres valiente y me preocupo, debes tener cuidado”. Mi madre, una mujer mexicana de clase media, educada, trabajadora, ama de casa, de un amor y fuerza extraordinaria, me mostraba por primera vez las heridas del México machista y el sistema patriarcal que le tocó vivir a ella y a sus hermanas, primas, amigas, conocidas; me contó las historias de sus madres, tías y abuelas, y no las historias bonitas, las otras, las secretas, las que sólo se compartían en un pacto con el doloroso sello de la humillación y la vergüenza.


Me contó con lágrimas contenidas, sobre la primera vez que experimentó el abuso de parte de una figura de poder masculina, la confusión y miedo que eso le generó y la vergüenza absoluta ante el deseo de denunciarlo, la resolución de olvidar el evento y seguir la vida como si nada hubiera sucedido con una sonrisa en el rostro silencioso lleno de maquillaje. Ante mi escucha de ojos y corazón abierto, continuó liberando los secretos de tías, primas y amigas que ya no estaban y le otorgaban implícitamente la oportunidad de romper el pacto secreto: las historias de abuso, violaciones, abortos, hijos y matrimonios no deseados, violencia física y emocional de parte de quién debía amarlas, en mayor o menor medida, estaban presentes en cada una de las mujeres de su vida. Y ella a sus casi 70 años, por fin se liberaba.


Soy el último eslabón femenino de mi linaje. He tenido que despedir a mi madre y a todas las mujeres de la familia que me antecedieron. Más allá de la tristeza, me observo honrada y responsable de mantener y administrar los secretos, las magias y los espíritus de todas las que fueron antes de mí, y no puedo más que sentir una inmensa ternura por la tarea depositada en mi experiencia: la incansable lucha de cada una de ellas, sintetizadas en vidas enteras dedicadas al amor y la búsqueda de la libertad.


Me conmovió hasta lo más profundo el pudor con el que mi Almita me compartió los secretos propios y ajenos, el atestiguar cómo la vergüenza inicial fué mutando a la ternura y el orgullo con el que todas se cuidaron mutuamente, tratando de sanar las heridas en colectivo para seguir viviendo alegres, amorosas, ilusionadas, fuertes, juntas. Yo te cuido. Tú me cuidas. Soy vida y te doy vida, soy alimento y te alimento, te crío, te apapacho, te curo las heridas mamita, tía, abuela, hermana, mujer, fuerte, diosa poderosa, aguerrida, sabia, creativa, alegre: amorosa.


Esta es una lucha ancestral, sea consciente o no, esta es una lucha que se ha propagado de generación en generación, a través de secretos y consejos de atención, de cuidado mutuo –según la experiencia- escondidos, velados en recetas de cocina, remedios caseros, cotilleo y risitas tras las miradas durante el arduo trabajo del quehacer doméstico de millares de vidas, de espíritu femenino.


Todas esas historias están presentes en mí, en la furia y la dulzura de mi mirada, en mis caderas, en los músculos de mis piernas fuertes, en mis huesos que truenan y se reajustan con la música y el baile, en mis manos que acarician, las garras de jaguar y de Tortuga marina, de hija, madre y hermana, en mis colmillos, piel y oídos agudos; todas están en mi sangre, en mi columna y mi médula.


No estoy sola, nunca marcho sola, me acompaña la fuerza y el espíritu de todas las mujeres de mi linaje, del linaje de mis amadas, del espíritu femenino de todas aquellas que caminan conmigo, de cada ser mujer que haya existido. Me apoyan, cuidan, sostienen, guían, sanan, abrazan y apapachan mis hermanas del alma, mis amigas, cómplices y maestras. Todas, con infinita generosidad y ternura.


El amor entre mujeres es el arma más poderosa. Nuestra alegría es Resistencia, nuestras carcajadas son más imponentes que cualquier grito de guerra, nuestros alaridos detienen el tiempo, nuestras lágrimas limpian cualquier rincón polvoso o enmohecido, nuestra sangre lleva la vida y la muerte en cada ciclo de cada Luna, nuestro corazón como el tambor, marca el latir de nuestro poder: el amor verdadero.


¡Qué fortuna ser mujer y vivir en este momento de la historia! Donde algunas, sólo algunas comenzamos a experimentar el enorme privilegio de pensar, sentir y actuar como nos da la gana día con día, sin vergüenza, sin pedirle permiso a nadie, siguiendo con la lucha por la búsqueda de justicia e igualdad heredada de a poquitos por todas las mujeres que nos precedieron en todas partes del mundo y de la historia. No demos por sentado los inmensos logros que se alcanzaron a costa de muchas vidas de mujeres salvajes, creativas, fuertes y aguerridas que nos abrieron brecha para ser de las primeras generaciones que gozan de algunos derechos que son nuestros desde siempre: el derecho a ser mujeres, libres.


La lucha para recuperarnos apenas comienza, pero no estamos solas, nunca lo hemos estado, el cuidado y el amor entre mujeres es la revolución diaria, continua, incansable, es nuestro poder y nuestro derecho inquebrantable. Así será mientras sigamos juntas, cantando, riendo, llorando, trenzando el cabello y las memorias de nuestras hermanas, cuidando de la naturaleza, de nuestra propia naturaleza, de nuestra cuerpa, nuestra hogar, de la danza, del intercambio amoroso y el movimiento del alma de nuestro ser mujer.


Bienvenidxs lxs aliadxs, amigxs, amantxs, hermanxs, a unirse con la escucha atenta y actos de soporte para hacer sonar nuestra voz en todos los rincones, nuestro grito en el acto revolucionario de cuidarnos a nosotrxs mismas y a lxs demás, por el recuerdo de las que ya no están y el futuro de las que vienen; para seguir transmitiendo nuestra historia y experiencia en un mismo canto, al unísono, por qué solo así, lo vamos a tumbar.

*Dedicado a mi madre, a nuestras hermanas y a todas las mujeres que partieron y no pudieron levantar su voz.


 
 
 

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